Pasión por Oliver Reed, falleció durante el rodaje de Gladiator. Excepcional hasta el día de su
muerte, murió como un vikingo, sublime su papel de Próximo. El texto
que viene a continuación está extraído de la novela 'Happyness' de su
amigo Will Ferguson.
"Algún
día, cuando futuros antropólogos exhumen el espíritu de nuestra época,
cuando reconstruyan lo que salió mal, lo que desvió el camino correcto,
sin duda se remontarán hasta el 2 de mayo de 1999 para situar nuestro
desmoronamiento. El día que murió Oliver Reed. No era simplemente un
actor de serie B, era el último camorrista. Y desde entonces todo ha ido
cuesta abajo. Oliver Reed murió en la isla de Malta después de beber
más que toda la armada británica junta. Se había tomado diez jarras de
cerveza y más de doce copas de ron, y estaba echando pulsos con los
marinos de la fragata Cumberland de la armada de su majestad. Los invitó
a una ronda tras otra, pero no pudieron seguirle el ritmo. Los marinos
se rindieron y, derrotados, se marcharon tambaleándose. Y Oliver Reed
murió victorioso. Murió en el suelo de un bar de Malta, y su último
adiós, su regalo de despedida, fue la cuenta que dejó a los marinos: los
más de setecientos dólares que había costado la juerga. En esto fue
quien rió último. Coincidí una vez con él. En Manila. Un par de gorilas
estaban echándolo de un burdel, y yo me lo llevé a rastras para evitarle
una paliza. Vagamos por las calles hasta el amanecer, él y yo, y
cantamos y nos reímos y bebimos hasta que salió el sol. Sólo estuve con
él aquella noche., y también me endosó a mí la cuenta, más de cuarenta
pavos. Bebimos muchísimo esa noche. Brindamos por la descarnada, por la
parca. “Por la Muerte. Por mantener interesantes las cosas”, dijo Ollie.
(…) La vida se le quedaba corta y le daba miedo la muerte. “Prefiero
morir en una reyerta de bar a morir en la sala de cáncer terminal de un
hospital” Ollie tenía agarrada a la vida. Agarrada por la garganta. La
sacudió hasta hacerla sangrar. (…) Oliver Reed era demasiado grande para
este mundo. (…) Aquella noche en Manila cerramos la ciudad. Era como un
elefante macho desbocado, con agujeros en la chaqueta y un extraño y
desenfrenado júbilo en la mirada. Se iba continuamente por las ramas.
Desafiaba a pelear a su sombra. Se salpicaba la cara de ron y proponía
el matrimonio a las chicas de barrio. Y cuando lo saqué a rastras de
otro altercado, le dije “Ollie, eres un un condenado alborotador”. Y él
dijo: “¡No! Te equivocas. No soy un alborotador. Soy un camorrista. Y
hay una gran diferencia. Los alborotadores acaban convertidos en
sacerdotes, políticos, reformadores sociales. Siempre están
entrometiéndose en la vida de los demás. Los camorristas no se
entrometen. Rugen y braman, y celebran la vida y lamentan su brevedad.
Los camorristas sólo se destruyen a sí mismos, y lo hacen porque aman la
vida demasiado para quedarse dormidos”. (…) ¿Sabía que llevaba un gallo
tatuado en la polla? Pues sí. Así es. ¿O que había follado en la pista
central de Wimbledon? Una vez acabado el torneo, claro. ¿Sabía que fue
la primera persona en decir “fuck” en una película? ¿Lo sabía? ¿Sabía
que Oliver Reed descubrió el sentido de la vida?"
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